Por: Alexander Escobar
alexanderinquieto@gmail.com
Debo confesarme. Acepto que al
conocer la primera adaptación para televisión del libro Sin tetas no hay
paraíso, me pareció importante que esos temas fuesen llevados a la
pantalla. Pero es una confesión incompleta si no se aclara que soy un hombre
bastante ingenuo. No puedo verme de otra forma, y creo que nadie lo hará, si
desde este momento afirmamos que el problema cultural, económico y de violencia
de nuestro país, finalmente quedó reducido a las necesidades de un rating globalizado.
No voy a restar importancia a
la tradición escrita, ni a creer en el absurdo profético de la virtualidad,
pero es claro, y para nadie es secreto, que actualmente vivimos en la
generación de la imagen, y que el impacto masivo que genera es movido por un
mánager distinguido: la televisión, medio audiovisual del cual Fellini se
refirió, en algún momento de su vida, como “el espejo donde se refleja toda
la derrota de nuestro sistema cultural”. Podrá notarse que Fellini no era
tan ingenuo como yo, y que gracias a él ahora podemos apagar el televisor y
ocuparnos del reflejo que sostiene parte del rating en la pantalla
colombiana.
El caso colombiano es algo
particular, porque es un país donde no sólo los presupuestos para la guerra se
justifican a través de la publicitada “lucha contra el narcotráfico”, ahora
ello también justifica los contenidos audiovisuales de la lucha por el rating.
Bueno, para no ser injustos, por otro lado puede decirse que el país “avanzó”,
que vio más allá de los implantes de silicona de los novelones mexicanos y
añadió a los escotes de las modelos un proceso químico globalizado: la cocaína.
Este último da vida a seriados donde algunos creen contemplar el “folklor” de
un episodio “entretenido” de la historia de Colombia, pero que para otros
significa identificar al Patrón, al Capo, es decir, al
narcotraficante, como el man chévere y con plata que representa el héroe que
debe burlar la cárcel.
El impacto es evidente y nada
agradable a la sensatez, y menos agradable las “soluciones” presentadas. ¿O es
acaso suficiente remedio anunciar que este tipo de programas son para adultos?
No lo es. Porque son los adultos quienes tienen jodido al país, y quienes más
sufren cada vez que la vuelta se cae, la caleta es descubierta, o cuando el
mafioso es perseguido por la poca justicia que queda. De modo que menores en
compañía de adultos responsables no es suficiente para resolver el problema de
responsabilidad frente al contenido de los programas. Y tampoco basta sacar
propagandas con actores afirmando que el negocio del narcotráfico “no paga”…
algo demasiado absurdo para hacer frente a la estructura dramática de
producciones televisivas que hacen de los capos unos héroes, con los cuales los
televidentes se conectan y no paran de sufrir durante meses, incluso, a veces,
durante años. Por eso cuando llega el final del seriado, y los narcotraficantes
terminan en la cárcel sin lograr su cometido, siempre será común escuchar en
los hogares colombianos la frase clásica de desilusión: “Ay noooo… ese
final tan malo”.
Y así, mientras el capo queda
preso dentro del televisor, y las familias colombianas no paran de llorar su
suerte, en las mentes de la sociedad el narcotráfico no tiene celda ni
custodio, sólo el veredicto parcializado de un juez liberador: el narco-rating.
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Artículo
publicado por la revista El Clavo,
en su edición número 52 de junio de 2010
en su edición número 52 de junio de 2010