Jack el Destripador: concientizador social ~ Alexander Escobar

Jack el Destripador: concientizador social

Por: Alexander Escobar
"Los libros que el mundo llama
inmorales son los que le muestran
su propia vergüenza."
Oscar Wilde

 "Nosotras, vuestras hermanas asesinadas, somos el producto de la miseria en que vivimos.  Detrás vuestro poseéis magníficas viviendas y calles elegantes, donde continuáis una existencia relegada y plácida.  Los barrios miserables nos asesinan, en cuerpo y alma, con el horror de la vergüenza, la fiebre y la muerte, al disponer los lechos del crimen y el descontento social.  Cuando le sea posible a la clase pobre de Londres vivir y dormir con toda decencia, no encontraréis en los patios interiores más cadáveres como el mío”. [1]

     La muerte obligada de seres encadenados a su desalentadora realidad, que agotando sus últimos alientos hicieron un reiterado desplante a la cita perpetua ofrecida por sus propios epitafios, dejará en el devenir constante de los pueblos -que ensangrentados siguen soñando con un sol radiante para sus descendientes- una contribución obligada de sangre para la lucha social.

     Los cuerpos mutilados por la protesta social de un destripador, cuya consigna era recordarle a la engreída sociedad que había sido ella misma, (mientras con su mortal indiferencia disfrutaban plácidamente de un té en sus confortables mansiones), la guía perfecta hacia las fauces de la miseria, en la que cayeron aquellas mujeres obligadas a ser mutiladas por la protesta de Jack.

      “Si las duquesas pudieran ser atraídas a los patios de Whitechapel, un simple experimento anatómico en una víctima aristocrática tal vez lograría reunir la suma de medio millón, sin tener necesidad de sacrificar  a cuatro mujeres del pueblo”.[2]

     Por la ausencia de unos míseros peniques las damas de la noche eterna no soñarán hoy bajo las sábanas de un complaciente lecho.  Saldrán entonces de callejón en callejón buscando satisfacer esos sueños lujuriosos que, acompañados por sol y luna, se respiran diariamente en cualquier calle de la realidad social.  Jack no dejará pasar impune frente a la historia una realidad tan ajena a las “buenas costumbres” de Londres. 

     Dentro de la espesa neblina que se aloja en los oscuros callejones de Whitechapel, el aroma del licor se desvanecerá lentamente por la presencia de aquellos pasos mutilantes que plasmarán, con la sangre del pueblo, esa miserable vida producida por la indiferencia de los amantes del té.
 
      Las amarillentas páginas de los diarios, con su insaciable sed, rápidamente desviaron su eterna cacería y fueron tras las exquisitas gotas de sangre que se hallaban servidas en copas de esperanza -desde las mismísimas entrañas de los cuerpos del pueblo- y sobre las bandejas de la miseria.


     Para los moralistas la exquisitez de aquella sangre tampoco pasó desapercibida.  Éstos, aprovechando las circunstancias, lavaron sus manos aliviando lo más públicamente posible el hambre de los seres que habían sido despojados de toda ilusión, por culpa de la moral que día a día los condena a seguir desplazándose por las calles del infierno.

     “...le suplicamos a Su Majestad que inste a sus servidores para que apliquen la ley, cerrando las casas de mala nota, cuyos muros tanta ruindad encierran, y en donde los hombres pierden sus almas”.[3]

Bastaron tan solo tres lunas para plasmar en un “limpio” papel las firmas de cuatro mil mujeres colmadas de “buenas costumbres”: buenos vinos, buenos manjares, buenas mansiones...  En medio del té algunas hablaron de leyes, de moral, y de almas perdidas; mientras que otras perdidas en medio del licor, del hambre, y del frío que otorgaban los nublados callejones de Whitechapel, sentían en cuerpo, alma, luz y sombra, la indiferencia obsequiada por las “buenas costumbres” de la respetable sociedad londinense.

     Y el amor al prójimo empezó a reflejarse bajo el aroma del más fino té: el compartir con los hijos de la realidad un puñado de comida era la tarea a realizar en el día; tropezarse con un cadáver en los desalentadores callejones era sentir, con los ojos, la miseria que arroja hombres al eterno sepulcro.  Sí, caballeros de la mesa redonda, gracias a Jack el Destripador el espíritu moralista de los hombres fue poseído por la ¡moda social!

     El paso fugaz de un cometa dejó en su camino los cuerpos sin vida de mujeres condenadas a no ver las estrellas, regó con semillas de sangre la conciencia humana, permitió que las respetables damas de la sociedad se ridiculizaran frente a la historia, manipuló a los desconcertados moralistas, inventó la criminología, recordó que la miseria existe por doquier.

     ¿Dónde estará Jack? -en aquel entonces se preguntó el mundo-. Hoy le responderemos a la memoria que sobrevive a la muerte que éste sigue vivo, acechándonos a todo instante y en cualquier lugar con sus “buenas costumbres”.

Que tengan cuidado
los hombres soñadores porque
el destripador que todo lo reprime
sigue vivo...
 
                                        

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Artículo publicado por la Revista Fisura en 1999


[1] Palabras empleadas por el Daily Telegraph frente a los actos de sangre cometidos por Jack el Destripador en Whitechapel en el año de 1888.
[2] Carta enviada por George Bernard Shaw al diario Star (Fragmento). Septiembre 24 de 1888
[3] Fragmento de la petición hecha por cuatro mil mujeres de Whitechapel, dirigida a la reina Victoria.  Octubre de 1888.

 
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