Por:
Alexander escobar
alexanderinquieto@gmail.com
( CONTINUACIÓN )
Con
simplicidad espantosa, y dando ejemplo a mis compañeros, una pared asumía con
dignidad su posición en el problema. Cansada de vestir de blanco, había
infiltrado el enemigo, lo había seguido paso a paso, y analizado hasta en el
más mínimo brochazo para obtener información de primera mano. No podrán
imaginar la alegría y el llanto de ese momento histórico: el primer hecho registrado en que una pared confía algo
a un ser humano. Tal vez la revelación haya durado sólo un instante, quizá unos
segundos, pero es el tiempo justo, lo necesario para que el destello entre y
salga de tu cabeza, y lo suficiente para entender que PVP corresponde al número de Profesores Vetados en las Paredes, PD al número de Profesores Decadentes, y
el resultado, igual a cero, a la supremacía del pensamiento crítico y la
autonomía estudiantil. Aclaro en este momento que no sé nada de matemáticas, y
que por tanto no puedo afirmar que lo suministrado por mi informante fuera una ecuación o una fórmula. Los números no son mis
enemigos, pero si nos vemos a lo lejos, cambiamos de acera para evitar preguntas
caprichosas. Así que por ignorancia, sencillamente decidí llamarle: la fórmula crítica, algo que podría ser
la mezcla entre cifras y debate. Hago un paréntesis. Este avance me costó siete
tarros más de antiácido, y un ultimátum: “si
sigues sin verme, y sin dar importancia a mis llamadas, no esperes ni siquiera
un e-mail de mi parte”.
La
formulación no era en nada compleja, pero sí muy esclarecedora cuando la
diferencia no conservaba su valor original, cero. Porque podían desprenderse
dos circunstancias. La primera, encontrarnos con resultados positivos, lo cual
indicaría una dictadura estudiantil, o el riesgo a caer en ella. Y la segunda, estar
frente a resultados negativos, síntomas de una autonomía estudiantil que se
debilita y un pensamiento crítico que se extingue.
Sin
embargo la fórmula crítica no respondía
a todo el problema. Obviamente no esperaba que curara mi gastritis, o que
salvara mi semestre, eso está claro; me caracterizo por ser un investigador desinteresado.
Mis esperanzas sólo iban en dirección al porqué de tanta blancura. Y andando en
ello, al final comprobé que la fórmula
carecía de un factor de suma importancia: la pintura, alterador social
premeditado que inclinaba la balanza a favor de los Profesores Decadentes (PD). El caso era típico. A un conflicto
interno, un agente externo llegaba para favorecer a los tiranos. La fórmula
rayaba en la inocencia, no quedaba duda, había sido diseñada pensando que las
cosas internas sólo se afectan a sí mismas.
Menos
mal no era primerizo en el oficio. En muchos casos ya había superado el
desespero. Y después de dos o tres experiencias, aprendes que no hay avance sin
gastritis; y que toda investigación –seria– resiste al estancamiento. Además el
hecho no era tan grave. El caso contaba con información de primera mano, y
podía seguir obteniéndola de mi informante.
Pero
contactarle significaba exponerle a cualquier brochazo certero. Y si han visto
alguna película de espionaje –no importa lo mala que sea–, recordarán que los
suministros de información siempre deben protegerse. Sin embargo el contacto
debía efectuarse. Porque era necesario que conociera mis avances, explicarle la
conveniencia de revisar la fórmula,
y, sobre todo, decirle que ya era tiempo de alejarse del enemigo y pasar a la
clandestinidad.
En
este oficio no hay alternativas; al final uno termina definiendo la suerte y
los riesgos que toman los demás. Y decisiones tardías, también surten el mismo
efecto. Con dolor debo anunciar que mi informante
nunca revisó la fórmula, y tampoco
pasó a la clandestinidad. La pared había sido descubierta y derribada antes que
pudiera contactarle.
Resumiré
el episodio anotando que el luto lo pasé con cinco tarros de antiácido y negándome
a contestar las llamadas de mi novia. Con esto creo haber dicho todo. En una
investigación, ponerse sentimental es un lujo que te desvía del objetivo. Si
hay algo más qué decir, es sólo que no toqué la estructura de la fórmula,
y tampoco traté de corregirla, no por
pensar que debía permanecer intacta en homenaje a la pared caída, sino porque
como ya lo he dicho, no sé nada de matemáticas. Además, comprendí que cambiar
un número aquí y otro allá, no resolvería el problema de la insensatez humana.
Ahora
bien, prosigamos con el objetivo. Si ya estaba identificado el centro del
debate, incluso, hasta con fórmula, faltaba
ubicar a los responsables del agente externo y su incidencia en la blancura
sistemática. ¿Cómo hacerlo? La verdad, no fue difícil encontrar el método. Muchos
de los casos más complejos, los más desconcertantes, se resuelven si logras
ubicar a los sospechosos de siempre.
El procedimiento a seguir, muy simple, descartar uno por uno a los implicados
más relevantes:
Número uno. Directivas de la
universidad. Descartadas: con tanto profesor decadente, en esa esfera sólo se
acatan órdenes, jamás se diseñan.
Número dos. El gobierno.
Descartado por razones coincidentes con el sospechoso número uno: única
diferencia, en vez de profesores, hay “altos funcionarios”*.
Y
descartado el gobierno, despejada la incógnita. Únicamente quedaba el enemigo
histórico y conspirativo de siempre. Es cierto que para ese momento ya no tenía
novia, me habían sacado de la universidad, y empezaba a tomar omeprazol, sin
embargo el costo era poco comparado al hallazgo fundamental. ¡Los hilos de la
pintura los movía El Pentágono!, sospechoso número tres.
¡Y
quién más si no El Pentágono! Sólo allí tienen la capacidad para conspirar de
esa manera, y sólo a ellos rinden culto las viejas y nuevas tiranías. Guerras,
invasiones, asesorías, armamento, mercenarios, todo se dirige desde sus
instalaciones. Y de seguro allí reposan los archivos con las facturas de los
tarros de pintura gastados en mi universidad. Es más, puedo asegurar que el
presupuesto que entregan para sostener la guerra en otros países, depende del
número de tarros de pintura blanca utilizados en las universidades. La cuestión
es simple, si un país no utiliza suficiente pintura para mantener las paredes
blancas, entonces es castigado, no con la disminución del presupuesto, sino con
un reporte severo sobre violación de derechos humanos; hasta que finalmente, de
reporte en reporte, el gobierno termina siendo reemplazado. ¿Por qué? Muy simple,
porque no están cumpliendo con la tarea. Expliquémoslo mejor. Si el PD (número de Profesores Decadentes) es
mayor al PVP (número de Profesores
Vetados en las Paredes), la autonomía y pensamiento crítico universitario se
debilita junto a su postura en contra de la guerra. Pero si el graffiti empieza
a tomar fuerza como arma contra la decadencia de la docencia, y de paso contra
otras infamias, entonces la autonomía y el pensamiento crítico universitario
promueven con mayor fuerza la sensatez. Expresado en términos más simples, la
pintura complementa el trabajo belicoso de las armas; o quizá me equivoque, a
lo mejor las cosas sucedan al revés…
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